miércoles, 25 de marzo de 2020

Buenos días mundo

Me comentan que estos días está lloviendo y hace feo en Valencia y que, incluso mejor porque así no entran más ganas, aún si caben, de salir a la calle. Y es que nos encontramos en un momento bastante delicado y difícil para un 2020 que yo, personalmente, pensaba que iba a ser la hostia. Pero bueno, resulta que en Nueva York también está lloviendo un día sí y otro no. La temperatura sube y baja, pero eso solo se nota cuando abres las ventanas de buena mañana para ventilar. ¿Será entonces que la tierra está respondiendo? ¿Será que está haciendo lo que le da la gana? No sé, el Teide apareció nevado el otro día. 

Vi un vídeo de Victor Küppers, si no lo habéis escuchado nunca os recomiendo alguna de sus charlas sobre la vida, así en general. Hace un par de días un grupo de expertos que hacen los TedTalks unieron fuerzas y hay varios vídeos en Youtube sobre estos tiempos que corren. Küppers es muy defensor de la actitud que le pones a la vida. Y en el vídeo que vi comentaba algo así como que necesitábamos un parón, pues oye, no puedo estar más de acuerdo. Todas y todos necesitábamos detenernos y contemplar nuestro alrededor. Escuchar a los políticos pelearse y darse cuenta de los incompetentes que son. Ver a los super mega famosos postear en Instagram y darte cuenta que ellos y ellas son iguales que nosotros y nosotras. Y así, un montón de aspectos, de gentes, de cosas que nos rodean día tras día y que no habíamos tenido tiempo de recapacitar. 

Como decía yo esperaba que este nuevo año venía cargado de promesas e inquietudes e iba a ser ¡insuperable! Los proyectos se truncan sí, porque como dice mucha gente, todo pasa por algo. Esto llega acompañado de una crisis mundial y peta, toca parar el mundo. Detenernos. Pensar pero sobre todo reconsider(nos) mucho. Y vivir... que en eso se basa todo momento.


Brooklyn, NY. Marzo 2020

lunes, 9 de marzo de 2020

Los días raros

Han tenido que pasar casi cuatro años para volver a escribir y publicar esta entrega.
Lo irónico de todo es que estoy sentada enfrente del banco donde Josh me propuso matrimonio en agosto del 2015. Además estoy escribiendo con un bolígrafo que dice Her Name Was Carmen (Su Nombre Era Carmen), es de un restaurante de Tribeca. Y para colmo, estoy utilizando la libreta que me dio Codorniu durante las jornadas de formación.
¿Por dónde empezar todo este caos? Miro a la estatua de la Libertad, me da el sol en la cara, respiro hondo, observo a la gente pasear en un día atípico para estas fechas en la ciudad. 20C grados, soleado y segundo día con el cambio de horario de verano en marcha. Vuelvo a mirar a mi izquierda donde refleja el sol con bastante intensidad en el East River. Hay barcos, helicópteros, gaviotas, palomas y una ligera brisa. Podría decirse que hace día de Fallas. Y una gran ‘mascletà’ ronda en mi cabeza estos días.
Las navidades pasadas por fin pude pasarlas en familia. Volví a Valencia después de seis años. Ilusión, anhelo y gran felicidad, así me sentía.
Un mes de entrevistas habían dado pie a un nuevo trabajo. Aprovechaba mis días en España e iba a Barcelona una semana para comenzar mi formación. Volvía a Brooklyn con las pilas super recargadas, con muchísima ilusión y entrega. Todo marchaba, 2020 iba a ser un gran año. Seguí la formación en California. Dos semanas en Napa. Reuniones, catas, informes y más reuniones.
Llegaban mis 35, en Las Vegas, sobrevolando el Gran Cañón. Estaba llena y dispuesta a comenzar este nuevo trabajo. No sé si la gran entrega, la experiencia, la inexperiencia, la ciudad... no sé qué pasó para que el 11 de febrero el proyecto se cayera y decidieran prescindir de mí. Entre tanto había ido a visitar Her Name Was Name pues algunos vinos estaban listados en su menú. Y desde entonces aquí estoy, perdida, confundida y desubicada.
Vuelvo a mirar a mi izquierda. El sol calienta y se nota en mis mejillas.
El 14 de febrero me crucé con mi ex marido. Él andaba con una cita, yo con mis amigas. Volví a verlo a la semana en el metro y el sábado pasado en Tomiño, una taberna gallega en Nolita. Después de los encontronazos, el sábado intercambiamos unas cuantas palabras en un ambiente bastante cordial y nostálgico.
Respiro profundamente y en mi Spotify suena Adam Worth de Litus. Dos días más y llevaré un mes desempleada en la ciudad más competitiva y dura del mundo. Y mientras, se me caen las lágrimas de alegría y esperanza pues acabo de recibir un mensaje confirmando una segunda entrevista con el VP de ventas para mañana. Deseadme suerte. Resiliencia.


Adam Worth by Litus https://youtu.be/4clGloeDt2Y

jueves, 18 de agosto de 2016

Las flores de Luis. Los de Puebla

Hoy Luis ha preparado un ramo de rosas extremadamente bonito. Las rosas eran rojas e iban combinadas con unas florecillas blancas, otras moradas y algunas hojas verdes que relucían demasiado bien en este día nublado.

Luis es el mejicano de Puebla que se encarga de que en mi casa no falte eucaliptos o gomero de la sidra, como lo quieras llamar. Siempre que llega fresco me lo regala. Además, es el encargado de las flores del deli de la esquina camino a mi oficina. Así que, cada vez que paso a última hora del día le saludo y despido a la vez:
- Luis... ¡qué bonitas tienes las flores hoy!
Y él siempre me responde:
- Ándele, ¿cómo está hoy? ¿Ya se va a casa? ¡Se cuida!
- Sí, amigo. ¡Tú también!

Entonces yo giro la esquina y desaparezco entre toda esa gente que camina deprisa en contra mío. Van directos a la cuarenta y dos, o bien a coger el bus a Nueva Jersey, o bien a coger alguna de las múltiples líneas de metro que paran en la 42nd, en pleno Times Square. ¡Qué agobio esquivar toda esa gente que tiene unas ganas terribles de llegar a casa! 

El caso es que llevaba unas semanas, e incluso, meses queriendo escribir en Las Cuatro Cuarenta. Esta bonita historia que comenzó en el momento de embarcar en ese avión destino Nueva Zelanda y que me ha acompañado hasta hoy. Casi 6 años después. Lo que algo comenzó como una manera de reflejar mis viajes, experiencias e impresiones se ha convertido, un poco, en un diario personal que comparto con mi familia y amigos y, seguramente, con alguien más que se cuela en el blog. Ya se sabe que con esto de Internet, no puedes medir el alcance que tienes.

Hoy, además, he terminado de leer Noches sin dormir. He entrado en el vagón devorando las últimas páginas y me he sentado al lado de un señor que parecía tranquilo comiendo una empanada. Una empanada que, por cierto, ambientaba todo el vagón. Y con la buena pinta que tenía, mirándola y mirándolo a él como se la comía, me ha abierto el apetito. He pensado: "serán de Empanada Mama". Un sitio colombiano que me llevó Josh un día y que se nos antoja cada vez que andamos por Hell's Kitchen.

De repente, el señor que era mi compañero de asiento se ha terminado la empanada, ha abierto la bolsa grande que tenía en el suelo, ha rebuscado un rato y ha sacado otra con los mismos ingredientes. Muy delicadamente se la ha llevado a la boca y ha empezado a masticar. Claro, yo hacía como que leía el libro. Los ojos se me estaban yendo solos. Y entre mordisco y mordisco, él ha mirado entre mis páginas y muy descaradamente se ha girado y me ha dicho:
- Oh, ¿hablas español? Ahora veo que estás leyendo un libro en español.
- Sí, soy de España. De Valencia.
- Oh, sí. Ustedes tienen ese acento con la ce. Valenzia, Barzelona. Oh, sí, sí, yo sé.
- ¿Y tú? ¿De dónde eres?
- Yo soy de Méjico, de Puebla .¿Lo conoce? ¿Ha estado en Méjico?
- Sí, bueno, tengo una amiga que cuando la conocí solo me cantaba: ¡Chúpale, chúpale..! - y le he hecho el gesto de beber.
El señor se ríe. Se ríe tan a gusto que se le sale un poco de empanada de la boca. Entonces, continúo.
- Estuve en Guadalajara, también. Visitando unos clientes. Visitando las piscinas grandes y la cría del camarón. Muy rico el camarón de Méjico.
- Sí, yo he escuchado. Guadalajara es muy linda. Esta empanada lleva camarón. Se llama Viagra.
- Ah, muy bonito nombre.
Este último comentario también le ha hecho gracia. Y menos mal que ya no le queda nada de comida en las manos. Entonces, vuelve a abrir la bolsa de delivery (entrega a domicilio) y saca otra bolsa de plástico más pequeña. Me la da y me dice:
- Tome, cómase esta que me queda. Estoy yendo a hacer un delivery y no se crea que son de la entrega, no. Estas me las he cogido yo para el trayecto. Ya llevo muchos años con ellos y en otro restaurante italiano. Me gusta hacer los deliveries. He probado dentro, en cocina, fregando platos...pero no. A mí me gusta esto.
- Eso está muy bien. Más independiente así. ¡Gracias por la empanada! ¿De verdad?
- Sí, sí. Cómasela. Es como la que me he comido yo. No se crea eso que pone en la bolsa Beef & Broccoli -, y señala las pequeñas letras que tiene la bolsa de papel.

Ya hemos llegado a la cincuenta y siete y se tiene que bajar. Yo, mientras, agarro la bolsa que lleva la empanada dentro con las dos manos, bien fuerte, no se me vaya a caer y desaparezca ese apetito que tanto me ha generado su olor. Nos despedimos medio en voz alta.
- Suerte, que tenga un buen día amigo -, le digo yo.
- Sí, igualmente. Acuérdese, esa empanada se llama Viagra por si algún día va a comer a Empanada Mama.


Luis mostrándome el ramo de rosas. 


martes, 3 de febrero de 2015

Cumplo 30, os espero este año

Una de las cosas que se repite más a menudo cuando hablas con la gente que te vas cruzando por el camino es que el primer año en Nueva York es EL PRIMER AÑO. Muchos de ellos ya llevan tiempo por aquí. Siempre dicen que esos son meses difíciles, semanas que nada sale bien, semanas que tienes millones de oportunidades, días muy felices, días muy tristes y bla bla bla... Lo que está claro es que el primer año es el año que intentas encauzar tu vida en NY y tras esos meses, cuando ya has experimentado todo (o casi todo), parece que llega la calma. De hecho, el banquero me dijo hace un par de semanas: Si fuera fácil, no sería NY. ¿Pero qué tiene esta ciudad que todos quieren vivir?

Una amiga, que vino a visitarme, me dijo: Yo no sé si podría vivir aquí, esto parece todo como muy demasiado, ¿no?. Otro amigo, que vino de paso, me comentaba: Voy en el metro y alucino viendo la gente correr para entrar en el vagón. Sí, ambos tienen mucha razón. Recuerdo, cuando ya estábamos casi en verano, que un amigo valenciano, muy viajero y afincado en Alemania, me dio mi primera dosis de energía. Me dijo: Tía, esta ciudad tiene una energía brutal. Nueva York tiene esa energía de gran ciudad que atrapa. Todos quieren venir aquí porque las oportunidades laborales son 200 veces más que cualquier otra ciudad americana. Los recién licenciados tienen hambre, tienen ambiciones. En el colegio les han enseñado a salir ahí fuera y trabajar y, ser el mejor. A los nueve años hacen su primera presentación en clase delante de los compañeros. A los 12 tienen que decidir que van a estudiar en la universidad. ¿Es esto el centro del capitalismo? ¿Es América el auténtico país donde consigues tus sueños? De momento, lo único que puedo decir es que en esta ciudad no hay techo. No hay límites para soñar. Irónicamente el Skyline es el más bonito del mundo y aunque a veces no se vea el cielo, sabes que está ahí y que todo lo que te propongas puede suceder. Y así, de esta bonita manera, cumplo yo mis treinta.

Además, después de recibir abundantes visitas, he de reconocer que todas han contribuido a que mi año de supervivencia haya sido aún más formidable. Durante mis últimos veinte, sí ya llegaron los treinta (aaah!), todas estas visitas han sido una alegría constante. Creo que cada uno de ellos ha podido experimentar mis diferentes etapas y estados. Algunos llegaron en mis momentos más dulces y otros, estuvieron en los momentos más duros. Y la verdad es que ellos y ellas, después de insistir para que retomara este blog, son la razón de que hoy vuelva a escribir.

Así que tras estos doces meses en la ciudad hemos hecho, entre todos, que el 2014 y mis últimos veinti y.. haya sido inolvidable. Empezando por aquella ruta a temperaturas bajo cero con Iván y Pepino. Noche de diversión con Manu y Buffy. Visita fugaz de Nachete. La pareja valenciana más amorosa de Iyad y Rocío. La visita sorpresa de Gintare, compañera lituana de Erasmus y todo un honor volverla a ver. La mágica visita de Josep. Llegaban las altas temperaturas y Emma, amiga sueca residente en Dunedin, volaba de vuelta a Nueva Zelanda; puro amor y muchos recuerdos juntas. Una típica noche en el Rudy's con Willy, amigo de batallas en NZ. La inesperada visita de Xusoa, las grandiosas charlas y risas que acompañamos con Nela, nueva amiga que se une a la experiencia americana. Mi dulce Martita cuando pasamos una semana de apasionantes historias, risas y más risas. La pareja recién casada más molona de Valencia, mi primo Whiso y su mujer, Mari. La maravillosa visita de mi Luni, 24 años de amistad. La sopa calentita que me tomé con María y Carlos, los papis de Ferraniu, una gran amigo de la infancia. El brunch con Susie, la mamasita de Miami y que conocí cuando viajamos por los 12 Apóstoles (Australia). El amor insuperable de Jess y Bugs a finales de octubre, durante Halloween. Las cervezas con Victor, el sevillano con más arte que había y hay en Edimburgo. Además, vino acompañado de su chica escocesa y fue todo muy apasionante. El bonito encuentro con Robertino y su chica, tras nuestro paso por el Erasmus en 2007 y seguido de años de fuerte amistad. De hecho, nos reunimos en un bar de tapas y allí compartí cervezas también con Raffaela, la hermana de Robertina, mi hija en Formentera 2013. La mega burger americana en un bistro con Guy y Jackie, puro amor encendido cuatro años después de que les viera en Sydney la última vez. El accidentado brunch con Sue y Jake, la mamá y el hermano de un gran amigo mío de NZ, Henry. Y los vinitos y posterior 'Vamos al 7Eleven' con el madrileño Miguel, amigo de mi prima y que Facebook ha hecho posible mantener el contacto. 

¡GRACIAS! ¡Y más gracias a vosotras y a vosotros! Esta entrega va por ti.
Os espero este año.


The Wythe Hotel.
Williamsburg, Brooklyn. 
Jun 2014

jueves, 22 de enero de 2015

Los tópicos del New Yorker

Desde septiembre que sigo soñando con lo que mi iaia me dice y repite cada vez que hablo con ella. Bien, en diciembre cumplí un año viviendo en esta frenética, dinámica, crazy city: Nueva York. Podría hacer balance de un año cargado de altibajos, de superaciones, de límites, de no límites, de sorpresas, de visitas de amigos, que por cierto, han sido muchas y muy queridas todas. Podría comentar como un año ha pasado volando. Podría decir que los acontecimientos siempre llegan cuando menos te lo esperas. Y podría explicar que por fin he sentido el amor. 

Ya llevamos casi tres semanas de este 2015. Aquí ha llegado con temperaturas más bajas que el año anterior pero menos nieve y más viento. Y ahora que hablamos de esto, os comento que hay tres tópicos que siempre podrás entablar con un newyorker. La primera: El tiempo. Haga frío o haga calor, siempre tendrás algo que discutir sobre cómo se presenta el día en las próximas horas. En una ciudad donde pasas la mayor parte del día encerrado en una oficina, de verdad, ¿te cuestiones el tiempo con tanta inspiración? La segunda: La movilidad. No habrá momento en la charla que, a veces para iniciar un nuevo tema, se hablará de cuánto le costó a ella coger un taxi y a él llegar con el metro; 'el D ha estado parado 15 minutos en el puente y no informaban de nada'. La tercera: El hogar. Ya sea porque tienes un apartamento en una zona muuuuuy buena de la ciudad o porque alquilas una habitación, tipo un cubo de 2x2, siempre, en algún momento de la conversación, serás interrogado. En tu respuesta depende que se desvele tu nivel económico (más o menos).

¿Qué tiene de especial esta ciudad para que las conversaciones giren en torno a tres tópicos generalizados en su máximo esplendor? Yo creo que es la soledad que les invade en su día a día. Por poner un ejemplo, cojo el metro cada mañana a las 6.47am. En mi parada solo pasa un tren, el R. El señor de la MTA (Metropolitan Transportation Authority) que trabaja en taquilla es el primero en darme los buenos días. Ya somos amigos. Además, ayer le di una tarjeta que estaba bloqueada y que no se podía recargar. Tenía $1.95 de crédito, con 55 centavos más podría utilizarla para un viaje. Ayer, me dirigí a él y le dije Good Morning, Sir. Le presenté el problema y, MTA p'arriba, MTA p'abajo, mueca cómplice, tecleo...Y por fin, después de minuto y medio, tenía tarjeta nueva, validada para un viaje y con acceso a recarga. Un final feliz, dirán algunos. Una vez ya dentro en la estación me despedí con una gran sonrisa y un Have a nice day and Thank, Thank you so much. Con esta última frase, una decena de miradas me intimidaron. ¿Qué ha pasado? Sin más, agaché la cabeza y mi sonrisa se esfumó levemente. Acabada de pasar lo que suele ocurrir cuando en la estación, a primera hora del día, no se oye más que los trenes. Son muy pocos los que en esta ciudad intentan solucionar un problema con una tarjeta del metro. Muy pocos se atreven a peder un minuto y medio de su mañana. Muy pocos sonríen y hablan. En sus trayectos, la mayoría duermen inclinando la cabeza hacia el suelo o apoyándola en las ventanas. Inician así una nueva jornada dejando atrás sus hogares. Probablemente, algún incidente ocurrirá en el metro. Más tarde, saldrán a la calle y ya estarán listas para afrontar un día invernal. Así será el inicio de un día más en la gran ciudad. Sin olvidar, que estos tópicos siempre les darán de que hablar.


Union St. Station. Brooklyn.
Dic. 2014

sábado, 6 de septiembre de 2014

Las iaias y los sueños

Las iaias molan mucho. Tienen esa capacidad de decir las palabras exactas en el momento que más lo necesitas. Ellas, que han crecido en otra generación, pueden ser las mejores maestras de la historia. La mía, por ejemplo, habla de los cambios generacionales, de lo que oye en la radio y la televisión, de lo que dicen los concursantes de Saber y Ganar, de lo que le cuentan y de lo que sabe. Toda esa mezcla se une a un aburrimiento, donde ve pasar las horas del día como esos relojes de arena que van deprisa pero que nunca terminan. En su conjunto, hacen una explosión de auténtica sabiduría. 

Hace unos días hablaba con ella por Skype, que por cierto, le fascina escucharme tan claro y a la vez estar tan lejos. Muchas veces comenta que parece como si estuviéramos en la habitación de al lado y lo enlaza con un "fíjate, cuando mi hermano se fue a la Argentina, las cartas tardaban seeemanas en llegar...y ahora, con esto de Internet, nos hablamos como de fijo a fijo". Y la verdad, es que tiene razón. Cuando vivía en Nueva Zelanda nos llevábamos 12 horas de diferencia. Allí fue el comienzo de mis largas llamadas por Skype. Ya lo decía, se quedaba alucinada. Pues bien, el otro día me contaba que una concursante de un programa de una cadena privada española decía que ella quería ganar el bote porque había estado viviendo cinco años en Estados Unidos y ahora, quería pagarse el visado para poder volver y quedarse más tiempo. Además, la concursante, "una chica joven", como me dijo mi iaia, decía que el visado costaba alrededor de unos 5.000 dólares. Y ahí, mi iaia, una señora camino a los 87 años, me preguntó "¿eso es verdad?". Sí, le respondí, el coste del visado varía en función de las consultas que se hagan con el abogado que pueden rondar entre los 150 y 450 dólares la hora. 

Cuando uno decide emprender una aventura y viajar, nunca se sabe lo que te puede pasar. Quizás sea eso lo que a más de uno le guste experimentar en el momento de saltar al vacío. Hay unos viajes que emprendemos por simple curiosidad y otros, por amor a lo desconocido. Llega el momento de vivir y cumplir los sueños, no de soñar viviendo. Nos atascamos en sueños que resultan difíciles de alcanzar ya que los tenemos en el simple pensamiento. En este salto al vacío, hay personas que maduran la idea, otras que se dejan llevar. El resultado siempre queda por llegar. El sueño se está haciendo realidad. Se aprende a mejorar el mundo, no económicamente ni políticamente, sino, a mejorarlo entre la gente que te rodea. Un simple gesto puede cambiar el día a la persona más cercana. Un abrazo, una mirada, una sonrisa. Ya lo decía mi padre en mis años de adolescencia "recuerda hija, los pequeños detalles son poderosos". Cambiamos el mundo haciendo feliz a los demás. Los que vivimos el sueño, sufrimos. Nos entran los miedos, las dudas, las incertidumbres, nos echamos para atrás, lloramos, nos arrepentimos, queremos renunciar, abandonar el barco. Pero en todo este camino, hay siempre una persona que sus palabras te mejoran el día. El miedo no lo crea la incertidumbre, lo debería crear la rutina, la monotonía, la falta de experiencias, de vivencias, de historias que contar cuando lleguemos a los 87 años como los que tiene mi iaia. Viajando se aprende a hacer feliz a muchas personas, transformamos el camino y al mismo tiempo, eres el único dueño de esa transformación. Y aunque, no podamos cambiar ni mejorar el sistema, podemos hacer feliz a los demás. Y con eso, mi sueño está cumplido. Además, de que quiero seguir haciendo feliz a la gente que me rodea, que me cruzo en el camino y a las personas increíbles que encuentro en mis viajes.

En estos viajes, la decisión de dejar tu familia, la gente que quieres, que te encuentras en el camino, esa gente que te apoya, te hace sentir más fuerte, te motiva, te ayuda. Toda esa gente que te cruzas en tu camino, mientras viajas y vives, acentúa el rumbo de tus sueños. Duele dejar a los que quieres atrás pero su cariño y amor van contigo. Ellos son los que están felices, tú has decidido salir y explorar, aprender y descubrir. El apoyo de esa gente ayuda a sonreír en la distancia y a buscarse la vida con más empeño que nunca. Esa distancia no es distancia si hay amor. ¿Quién dijo que la distancia quebrantaba el cariño? Hoy, ayer y todos los días, hablo con una mariposa que me guía. También hablo con mi papá que está siempre conmigo y está lejos. Y hablo con mi iaia, que a pesar de estar lejos, sus palabras susurran mis oídos: "Yo, no hago más que jugar a la lotería porque si toca, nos alquilamos un apartamento en la Quinta Avenida, hago las maletas y me voy contigo". Nunca es tarde para seguir soñando.


MoMa PS1. 
Queens, New York


jueves, 28 de agosto de 2014

Los días pasan en la gran ciudad

Llevo algunos meses pendiente de escribir en Las Cuatro Cuarenta y por fin, robo algo de tiempo a mi día a día. Es cierto que en las últimas entregas reflejaba un estado apático pues las circunstancias que se estaban dando a mi alrededor eran bastante devastadoras. 

Hay sentimientos enfrentados en esta gran ciudad. Normalmente, cuando la vida te lleva con el flujo de la gente, no eres consciente de mirar a tu alrededor y reflexionar. Cuando vas caminando y caminas por inercia, sabes que algo muy deprisa te está pasando por tu lado y no te da tiempo a pensar cual es el camino que has de coger para ir a casa, por ejemplo. A veces, cuando me siento en el sofá del salón de casa, que por cierto, es bastante angelical, pienso '¿Cómo he llegado hasta aquí?'. Sí, esta ciudad te arrastra. 

Dentro de poco se cumplirán 9 meses en Nueva York y como todo animal, nos acostumbramos a nuestra habita pasados 6 meses. El sentido que se tiene de esta ciudad es muy diferente a medida que pasa el tiempo. En ese tiempo empiezas a entender muchas cosas y a ver esas cosas de diferente manera. Hace poco un amigo de Valencia estuvo de visita por la ciudad. Me sorprendí a mi misma cuando en el momento de pasar las barras del metro, su ticket no funcionaba y le dije 'Entra con agresividad, así como va la gente'. ¡Increíble! Sí, esta ciudad te lleva a decir estas cosas. 

Una vez estás en el metro, aquello ya es una lucha de ver quien es el más fuerte, el más listo y el más entero. A parte de que las horas que pasas en él pueden ofrecerte mucho espectáculo. Ayer, sin ir más lejos, entró una señora con una Biblia en la mano, envuelta en un folio blanco que con rotulador decía 'Law is the Biblie' (La ley es la Biblia). Muchas de estas personas que inician un discurso en el vagón se esperan a que el tren arranque. Una vez en marcha, esta mujer se puso a gritar frases incomprensibles con un inglés entre latino, portugués, indio y americano; vamos, que allí no había quien le entendiera. Lo gracioso llega en el momento que fui a cambiar de tren y la señora entró detrás mío. Pensé 'Noooo' y corriendo salí para saltar al de al lado que justo sus puertas se estaban cerrando y que el revisor volvió abrir y que, además, renegó por megafonía. Los otros pasajeros me observaron y no me quedó otra cosa que sonreír; sabía lo que acababa de pasar. 

Así, los días, las semanas y los meses han ido pasando. Dicen que a veces es bueno desconectar de la rutina y quedarte sin batería en el móvil, al menos, un fin de semana. El pasado sábado estuve en Boston. Una ciudad con cierto encanto, pequeña, manejable, limpia, segura -y más tras la explosión durante el maratón del 2013-, juvenil, con una brisa que llega del río Charles y que te obliga a ponerte una chaqueta en el mes de agosto. Sin embargo, cuando volví a Nueva York algo me hizo pensar que la adrenalina de esta ciudad engancha y que el momento de vivirlo, disfrutarlo y exprimirlo es ahora que, somos jóvenes, pertenecemos a la generación millennial y tenemos ganas. Y esto va por muchos de los españoles y amigos que tengo en la ciudad y quienes todos tenemos un propósito: llevarnos lo mejor de cada momento que vives en esta ciudad, ya sea más duro o más fácil.


NYC Subway


Buenos días mundo

Me comentan que estos días está lloviendo y hace feo en Valencia y que, incluso mejor porque así no entran más ganas, aún si caben, de salir...